Este finde, aprovechando otra vez la posición estratégica de nuestra casa, cerca de tantos sitios emblemáticos extremeños, hemos pasado una mañana en Arrocampo, intercambiando el ambiente forestal de la Vera por el ambiente más acuático de allí abajo.
En vez de los ruiseñores, oropéndolas y mirlos que se oyen al amanecer, los que oímos al salir del coche fueron carriceros comunes, carriceros tordales y las incansables (¡pero invisibles!) buscarlas unicolores. Los pollos de garza imperial en la enea también montaron su propio alboroto pidiendo comida, obligando a los adultos a mantener un constante trasiego por el embalse en búsqueda de comida. Se nota que la distancia de seguridad de la imperial es mucho más pequeña que la real, y nos pasaron bastante cerca a veces.
En número más pequeño lo formaron los bonitos martinetes, que también estaban bastante activos.
Pero los protagonistas del cielo fueron las preciosas pagazas piconegras. Había unas 30 en total y no pararon de sobrevolarnos durante toda la mañana. No crían en Arrocampo mismo sino en otros humedales de alrededor pero sí parece ser una de sus áreas de alimentación favoritas.
Hablando de alimentación, no pudimos fotografiar una captura pero sí el otro extremo del proceso.
Otras especies que vimos durante la mañana fueron un charrancito y, más sorprendemente, una hermosa gaviota cabecinegra en pleno plumaje estival.
Terminamos la mañana viendo los cernícalos primillas en la iglesia de Saucedilla, declarada una zepa solamente por la colonia que cría allí. Llegamos un poco tarde y no había mucha actividad , pero sí pudimos fotografiar algunas de estas lindezas en sus idas y venidas a sus agujeros de anidar en las paredes de la iglesia.
Para entonces apretaba un poco el calor y decaía la actividad, así que nos dimos por satisfechos con la mañana y enfilamos el corto viaje de 40 k a casa.